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#AhoraSuena:

La tarde pardeaba mientras el frío crecía en una intensidad lenta pero irremediable. Mediaba la tercera semana de diciembre, época de alegres reuniones, aunque muchas de ellas, hay que decirlo, se dan sin planearlo, suceden de repente, sin aviso ni antelación, brotan de las tardes que pardean en el horizonte.

Así sucedió aquel día. Me bajé del colectivo cerca de mi casa, y el grito del negro villano retumbó en la calle medio desierta. Me dio gusto verlo, después de casi medio año de no hacerlo. Rápidamente se reunió la tropa: su hermano el Char; y un compa que yo no conocía pero al que de inmediato identifiqué como un pocho más que regresaba al país después de haberles dado sus mejores años laborales a los gringos. Me dijo “a mí dime el hijín”. Ya estás. También pasó el Miguel (porque ya no le gusta que le digamos “el quesos”) en su moto nueva y vestido de trajecito café. Él no quiso quedarse; su nueva posición social le entreabrió la puerta a un nuevo mundo para él. Lo que no sabía es que este nuevo mundo venía con mujer, horario y jefes nuevos, por lo que ahora se compadece de su despertar como asalariado desde la marginalidad. Sólo en México suceden estas cosas.

La reunión, pues, cobró vida muy pronto. Decidimos conquistar la cumbre de la casa del negro: su azotea ahora equipada con una mesa y algunas sillas de alambre cubierto que se mostraban más cansadas que el año 2014. La silla más preciada, y debatida, era aquella que originalmente había sido una de esas máquinas para hacer abdominales, que había reencontrado el amor de sus dueños como un sillón bastante cómodo y acolchado. La vista desde esa altura nos había dotado de una inspiración extraña, y durante la tarde fueron muchas las aportaciones subidas de filosofía que habíamos compartido y meditado. La joven noche ya diluía los últimos rastros de luz en un ocaso que nos recordó que terminábamos un año más. La extraña inspiración nos arrojó a un territorio que nunca habíamos andado: brindis, brindis de cada uno, pronunciados en medio de vítores, palmadas, cerveza y cigarritos; brindis que serviría “para cerrar el año”, y para conmemorar nuestra insólita reunión etílica. Por ser el visitante, me tocó el primero, y sin mayores preámbulos comencé:

-Brindo por la sabiduría en nuestras mentes y el calor en nuestros pechos, el ideal estado de gracia que persigo cada día y que cada inicio de año llena mi imaginario aspiracional. Brindo por aquellos que este año nos dejaron, despidiéndose de un México convulso gobernado por mequetrefes que no distinguen entre política y corrupción, entre gobierno y asesinato. Brindo porque la paz llegue a los corazones de aquellos que perdieron la vida de algún familiar, y porque la cordura y la inteligencia determine sus acciones de aquí en adelante, ya nunca estarán solos. Brindo, finalmente, por un año más de conocerlos a ustedes, nobles caballeros de la noche parrandera, y por la alegre ocasión de desearles salud mientras vaciamos nuestros vasos. ¡Salud!-

La opinión general se manifestó, primero queda luego abiertamente. Al final, se seguían escuchando esporádicos “a güevo…, a güevo…”, mientras los caballeros continuaban masticando mis palabras, pensativos.

Siguió el turno del negro, el anfitrión, quien levantó sus brazos para invocar a los espíritus que radican en lo más oscuro de una noche fría de amigos antaños. Su voz sonó clara en medio del silencio expectante:

-Carnalitos, vivimos en un país en donde si el gobierno no te mata, lo hacen los narquillos que no conocen cómo está la onda aquí en la colonia. Como ustedes saben, muchos años fui malilla, y me costó, y lo sufrí. Hoy brindo por la tranquilidad en que ahora vivo, en compañía de mi mamá, mi hermano y la familia nueva que va creciendo. Brindo también porque nos veamos más seguido, cuando el trabajo y los compromisos así lo permitan, y porque nunca dejen de venir a esta, su casa. Mis amigos… -titubeó un poco- levanto mi vaso y les digo, ¡salud!-

Los aplausos ablandaron al negro, incómodo de repente por la atención a la que fue expuesto, y se encerró en un mutismo desafiante, después de habernos abrazado a cada uno de nosotros. El hijín se apuntó como el siguiente, sus palabras breves, concretas y pochas, fueron las siguientes:

-Yo la neta los veo de por sí muy poco, that´s the truth. Pero como buenos carnales que somos desde chavitos, yo quiero brindar porque en este año que viene, todos tengamos un trabajo digno y que no tengamos necesidad de hacer cosas malas para asegurarnos la comida y el sustento, el nuestro y el de nuestros hijos y familias. Y brindo también porque el América sea bicampeón en el torneo de liga que sigue ahora, para que aprendan todos ustedes, cabrones, quién es el más chingón  de todos. ¡Salud, mother fuckers!-

Descendimos todos al desorden y a la rebeldía, perdiendo momentáneamente el aire cordial y serio que habíamos mostrado todos. Sobre todo la amenaza del bicampeonato amarillo caló hondo en el ánimo de todos, pues todos opinábamos que este último había sido el campeonato mejor regalado de los que han existido en los últimos años. El negro villano fue quien nos regresó a la solemnidad, al recordarnos que faltaba el Char, su hermano, el buen Char, quien recientemente había inaugurado su paternidad de una niña morenita de grandes ojos. El buen Char, que siempre hablaba poco, bueno y conciso, dueño de un don musical que le permitía sacar las rolas “de puro oído”. Aunque no tenía buena voz, el feelling que le echaba solía ser bastante para cautivar a la bandita. El Char sonrió tímidamente y comenzó:

-Mis amigos, los he escuchado atentamente a todos, y todos han hablado con el corazón en la mano, sin medias tintas y sin mentiras. Yo haré igual. La ocasión así me lo obliga. Como todos ustedes saben, acabo de ser papá por primera vez en mi vida, y ese solo ya es un sentimiento que nunca había sentido y que me embarga la emoción y el entendimiento. Sin embargo, hay algo más que me preocupa en estos momentos: que mi hija crezca alta y fuerte, para poderla mandar a la tienda por las caguamas. ¡Salud!.-

Petrificados y boquiabiertos, sucumbimos ante el retortijón que causó en todos el discurso que acabábamos de escuchar. Yo escupí casi el vaso entero hacia adelante, sin reparo y a todo lo que da. El negro, con tal de esquivar el torrente cervecero, se movió rápido y la silla, que ya no estaba para esas pruebas de resistencia, se rompió en su base, provocando que el villano cayera de sentón con las manos en alto. El hijín mantuvo una cara de estupor infantil que irremediablemente provocaba más risa de la que ya flotaba en el ambiente. El Char, desde ese momento, ocupó la silla de honor y su vista se perdió en las montañas que exhalaban en aire helado que ya rondaba en nuestra cumbre. Honor a quien honor merece. Grande el Char por su brindis, grande el año por terminar, grande el que viene. La inspiración decembrina existe, y todos somos Char. ¡Salud!


 por Carlos Freeman@caufree
(Un Hombre Libre)

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