No hay cosa más terrible que ver el dolor de un niño que se acaba de quedar solo en el mundo, pues su familia ha muerto a manos de gente que, seguramente, jamás verá a la cara. Saber que quedará con la necesidad de una respuesta a una pregunta que nadie querrá responder. No tendrá la oportunidad de ver a los ojos al presidente de Francia, a los líderes de ISIS o a los narcotraficantes disfrazados de gobernantes (y viceversa) y poderles preguntarles ¿por qué?
¿Por qué los ideales o los intereses socioeconómicos son más importantes que su madre, su padre, sus hermanos, su escuela? vaya, que su propia vida, ya que el hecho de haber sobrevivido no quiere decir que tendrá una vida próspera, llena de éxito, o la famosa razón de “porque Dios tiene un plan para él” y por eso le permitió vivir una segunda oportunidad.
Seguramente, en el mejor de los escenarios, irá a un orfanato, esperando ir con una familia extranjera, que no habla su idioma y tampoco tiene sus costumbres, rogando por que sean personas que puedan apoyarlo y ayudarlo a entender porque su origen, su color de piel o su religión son tan repudiados en el mundo.
La falsa moral ha generado una gran polémica para decidir qué muertes son más trágicas: las que han sido ocasionadas por el terrorismo dentro de un país erróneamente considerado “tolerante”, las que son producto del pensamiento de “ojo por ojo”, o las atribuidas al narcotráfico y delincuencia que ahora, tristemente, ya son más frecuentes.
Las personas se cuestionan entre sí, se juzgan por poner una bandera de un país u otro, por apoyar una causa u otra, pero yo creo que ninguna vida robada debe ser menos o más importante, seguimos sin entender que primero y antes que cualquier cosa ¡SOMOS HUMANOS! que debemos respetar la vida por sí misma, que la evolución ante un nuevo milenio debería ser también sobre el “respeto y el derecho ajeno“, dejar que las frases no solo se plasmen en un muro, sino hacer que las palabras tengan movimiento.
Me parece abrumadora la manera en las que las redes sociales se han convertido en portadoras de mensajes muy sutiles acerca de la intolerancia y ponerle colores a los homicidios y genocidios.
Para mí, la muerte es muerte, sinónimo de tristeza, soledad y, si es asesinato, de una falta de conciencia humana.
Me pregunto si realmente será necesario cuestionarnos qué nos debería de doler más, las vidas truncadas de los periodistas, líderes sociales, jóvenes, mujeres y niños a manos de los gobiernos represores que están coludidos con el narco, como es el caso de México y otros países latinos, por el simple de hecho de ser hermanos latinos, o las cientos de personas que murieron en una línea de fuego que no sabían que existía, producto de una guerra, cual, por cierto, tenía bastante detractores, o los cientos de miles de personas que han muerto desde hace más de 1000 años, personas que no decidieron nacer en un territorio tan controversial como es el medio oriente, que fueron asesinadas por su religión, por sus riquezas naturales o intereses políticos.
Al final, las muertes de inocentes no tienen cabida en mi lógica humanista e incluso, “romántica”, hoy, mis letras están dedicadas a todos aquellos que han sido víctimas directas o indirectas de las atrocidades que nuestra propia especie del “hombre vs hombre” ha ocasionado, a todas las madres y padres que han perdido a sus hijos, a los hijos que se quedaron solos en un mundo donde importa más cualquier cosa, menos la vida misma, a los mutilados física y moralmente, muertos en vida por una realidad que aplasta hasta el corazón más fuerte y noble. Para todos ellos solo pido que se unan a una voz:
¡NI UN ASESINATO MÁS EN NINGUNA PARTE DEL MUNDO!
Por Romyna Pineda. @RomynaPineda