¡Qué huevos, me cae que qué huevos! Y de antemano advierto que se avecina lo más florido de mi lenguaje prosaico, pero es que en esta ocasión sí me siento muy encabronado, indignado. En seguida les expongo el porqué…
Resulta que me lanzo al cine con mi pandilla, ya se la saben, consigues las cortesías (porque la patria está jodida), corres de un lado, aterrizas en el otro, arreas con todos porque no tienen la más puta idea de lo que pasa ni de por qué carajos les catafixias la clase por una función de cine, en concreto, por una película chilena protagonizada por Gael García, ¿se va a encuerar, a quién se va a coger ahora: a su carnal del alma, a su mamá (la del carnal del alma), a la chica de su hermano, flor o fruto?, en fin; y dirigida por Pablo Larraín, a quien al menos yo no tenía el enorme placer de conocer, pero me cae que así se gana el respeto, ahora digo: qué pelotas de cabrón. Entonces, el único pendejo que se dio a la tarea de echarle una “gugleada” (así se dice) al tema, fue este servidor. Pero este choro sólo es para darles los detalles primordiales de esta reseña, que como adelante habrán de darse cuenta, me despertó un encabronamiento bien intenso en mi “mexican left side”.
Y no porque la película sea mala o buena, muy por el contrario ( y si se hicieron bolas es su pedo), por chingona, atrevida y cabrona. Pues resulta que al señor Larraín se le ocurrió la onda de contar la historia de un publicista chileno de nombre René y apellido Saavedra, quien curiosamente fue exiliado a México y, al regresar a su país natal, hace de las suyas cuando acepta colaborar en la campaña publicitaria del movimiento que da nombre al filme, No, interpretado, claro, nada más y nada menos que por un Gael, casualmente vestido con una camiseta de México 68, que ahora sí me dejó con la bocina sorda (me cayó el hocico, vaya, yo sé lo que les digo) Y qué buena puntada de Larraín que precisamente sea un mexicano quien nos ponga una soberana madriza ideológica durante el correr de esta cinta. Ahí les va.
Para hablar de las emociones que el espectador pudiera descubrirse durante el transcurso de esta maravilla cinematográfica, prefiero hacerlo en primera persona, ya que no pretendo iniciar una revolución ni mucho menos, cada quien sabrá qué tanto se identifica y qué tanto se mira en el espejo.
Ahí me tienen, sentadito en paz, con el móvil en modo silencioso, las inevitables palomas de maíz y el gran “chesco”, en espera del comienzo. De repente me encuentro memorizando fechas, nombres y situaciones que no hacen otra que incitarme a observar el pasado como la textura de un filme cuya principal tendencia es la de ubicarme en un contexto social actual, ¿cuál?, muy fácil, el de mi México querido, porque comprendo que ya sea en Chile, en Mole o en Manteca, una dictadura, imposición o como se les venga en gana nombrarle, no es otra cosa que más mierda sobre mierda, y nuestras oposiciones, entiéndase izquierda o como quieran, da lo mismo, no la concibo como otra madre que la copia de la copia de la copia de la copia de la copia, así de triste como se lee. Y chíngome yo, pues me encuentro como un revolucionario más, cansado de tanta pendejada que sucede en el país, sí, el nuestro. Que si los políticos son una porquería, que sí los medios dominan la opinión pública, que si a Chuchita la bolsearon, ¡mis bolas!, Augusto, Felipe, Enrique… Todos me suenan a saboteadores de la alegría colectiva, ¿qué con esto?, pues nada menos que la cobardía y el conformismo humano, sí a huevo, nos robaron las pinches elecciones, ¿y qué?, vamos a organizar una marcha, vamos a gritarles cuanta mamada se nos venga a la garganta, ¡chingaderas!
A mí se me antoja algo un poco más creativo: si no me gusta, pues lo grito a los cuatro vientos, ¡No me gusta! No me dejo regir por las leyes de la opresión ni me conformo con ser uno más del todo colectivo, mucho menos aspirar a ser cualquiera, ¿pero a qué me opongo?, tengo un nombre, soy un hombre de trabajo como muchos, elegí aprender y prepararme para que ningún hijo de la chingada me venga a decir cómo tengo que vivir ni en qué creer, que a nuestro país lo que le falta es fe… ¡La madre!, yo digo que lo que me falta son los huevos suficientes para afrontar y aferrarme a mis decisiones, a mis ideas, encontrar una manera mucho más sofisticada de exigir justicia, ¿una idea?, somos un chingo los que aseguramos que Enrique se robó las elecciones, ¿por qué carajos no nos agarramos de un brote de valor y trabajamos en una forma más inteligente de exigir que nos cuenten los votos en la cara, ¿cómo?, pues a través de los medios y frente a nuestras fuentes fidedignas, que se cuente en vivo cada una de las boletas, a ver si es cierto que el señor del copetito fue el legítimo ganador de las elecciones, pero no, ¿a qué le tiras cuando sueñas, mexicano?, si como digo, aquí lo que hace falta es huevo, unidad, determinación; sí soy muy chingón cuando ando en manada cerrando calles y gritando a pulmón abierto, pero ¿qué sucede luego?, ahí está de nuevo el pinche miedo. Ese miedo paralizante que me da que algún cabrón le venga a pegar un tiro a mi familia o a que me agarren en la calle y me trepen a un vehículo para ponerme una madriza, a huevo que da miedo. Y ahora que lo miro desde otra perspectiva, ¿a qué le tengo miedo, qué me asusta? Por un lado tengo la violencia que se infringe a quienes vociferamos sin pelitos en la lengua, por el otro tengo un pasado que en realidad me aterra y que no quiero repetir.
Me pregunto si en verdad soy tan valiente para mirar hacia el México que me espera con su futuro prometedor, si a mí no me contagiarán con la demencia que el poder conlleva, si estoy listo para ejercer una libertad que desconozco y que al hablarla se me sale de contexto: no la entiendo. También me pregunto si estoy preparado para declararme en igualdad de circunstancias que mi hermano el delincuente, el asesino, el perezoso, el transa…
Mi respuesta es: ¡No!, así, lacónico (cortito y contundente) En verdad no me parece justa la igualdad, si cada vez que salgo al mundo, me tropiezo con envidias, con resentimientos, con un coraje que yo no provoqué, pero del cual participo a cada instante. ¿Verdad que si lo piensas sí encabrona? Y me saca de mis cinco porque me doy cuenta que no es el movimiento el que me encarcela, soy yo, mi falta de huevos para hacer lo que profeso, para vivir como yo creo, para latir como me siento.
Y sí, es emotiva una película con su final feliz, con el triunfo en la campaña y la victoria colectiva, pero hablamos de Chile y de los tamaños elotes de un pequeño grupo de personas que pensaron, que se enfrentaron, que se apropiaron de un espacio para decir las cosas con verdad, que desgastaron sus recursos informáticos para crear consciencia en la colectividad, para darle voz a quienes también estaban hartos de vivir bajo el yugo de la opresión y la dictadura, para mostrarle a una nación que no estaban solos y que fueron mayoría. Fueron, hace más de una década.
Yo estoy aquí, ahora, exigiendo un México que mire hacia el futuro sin temor a repetir su historia, que no se atemorice ante la violencia, que en mi gente latan corazones revolucionarios; somos un país plagado de valientes hasta la madre de ver tanta muerte, en medio de una guerra declarada, con la sed de paz en las entrañas y el coraje suficiente para decirle a la opresión ¡Ya basta!, ¡No!… ¡Ni madres!