Vivimos en un país deshonrado por las huellas perennes de la corrupción y la impunidad. Solamente en Indonesia se pueden encontrar niveles de impunidad gubernamental más altos que los mexicanos, y ese dato duro, en mi opinión, tira por la borda cualquier avance o logro que se presuma haber alcanzado en esta errática administración de Peña Nieto. Sin embargo esto no es un problema nuevo; Peña no es el primer presidente malo, ni la sociedad sigue siendo la misma de hace dos o tres décadas. Irónicamente, nos hemos complacido por pertenecer a una nueva generación virtual totalmente informada y comunicada, capaz de lograr retos de organización que han sobrepasado los planes obtusos de aquellos que nos gobiernan, pero al mismo tiempo seguimos permitiendo que el gobierno traidor y asesino siga tirando de los hilos de una farsa centenaria. Un excelente ejemplo de esto se dio durante el tiempo de las campañas presidenciales, cuando estudiantes de la Universidad Iberoamericana tomaron la frase tuitera de #YoSoy132 para convertirla en un grito de guerra en contra de una maquinaria priista que ya nos amenazaba desde su discurso absurdo que siempre tiene éxito. Posteriormente, y de nuevo a través de las redes sociales, “la generación informada y comunicada” denunció los hechos de Ayotzinapa con un rotundo e internacional #NosFaltan43, con un gran sentimiento de futilidad e impotencia.
De momento me parece que nos hemos satisfecho denunciando vía redes sociales que nos están matando, erigiendo nuestra mano derecha ante el golpe de indiferencia y profundo odio de clase que proviene de los poderosos, mientras con la izquierda (porque seguimos siendo izquierdistas) tuiteamos y compartimos, e insultamos a los gobernantes, y perpetuamos el mismo modelo de “moditas cibernéticas”, porque somos modernos y consecuentes ante los cambios que nuestros aparatos electrónicos siguen mostrando: mayor capacidad, mayores y mejores aplicaciones, redes sociales in-fi-ni-tas.
El cuerpo inerte de Rubén Espinosa no representa uno más, ni quiero mencionar la frase “todos somos Rubén”, ni me interesa marchar para que sus padres o familiares se conviertan en los nuevos héroes de las redes, viajando a Europa para contar su historia y conseguir nuevos seguidores gracias a mi noble creatividad revolucionaria. Me interesa, en cambio, que el gobierno asesino de Duarte encuentre su destino tras unas rejas inmisericordes sin posibilidad (o complicidad) de cavar un túnel que lo lleve de nuevo a su miserable vida libre. El asesinato de Espinosa nos lastima más y de manera más profunda que observar cómo unos empleados de Maskota cachetean burlonamente a cachorritos en las deshoras de su rutina, cuando sin embargo, los benditos tuit-stars lograron la movilización efectiva de la población, no a través de marchas, sino de una presencia real y masiva ante las puertas mismas de la tienda para buscar a los presuntos cacheteadores.
¿Por qué los tuit-stars y demás héroes de la redes no nos convocaron para marchar directamente a la oficina de Duarte o de sus mandos medios para pedir respuestas ante la persecución y asesinato de Espinosa? La libertad de expresión, de prensa, la libertad misma de mantenernos informados y comunicados es lo que actualmente está siendo amenazada por un gobierno que ya se dio cuenta de que nuestra supuesta organización sigue siendo una poesía maniquea sujeta a las modas que van invadiendo los diversos canales informativos. En la medida que no nos percatemos de esto, y decidamos hacer algo al respecto, los gobernantes seguirán golpeando nuestro costado derecho, mientras el izquierdo seguirá tuiteando y compartiendo.
por Carlos Freeman: @caufree
(Un Hombre Libre)