El 17 de octubre de 1953 apareció en el Diario Oficial de la Federación un nuevo decreto en el que se anunciaba que las mujeres tendrían derecho a votar y ser votadas para puestos de elección popular. Este hecho constituía el fin de una larga etapa de discriminación de género en el país que se asentó en todas las regiones, permeando incluso las relaciones al interior de los núcleos familiares. Este fenómeno social resulta un terreno escabroso, pues como anunciaba Pierre Bordieu, las propias mujeres ayudaron a legitimar esta dominación varonil a lo largo de las generaciones mediante la puesta en práctica de las condiciones necesarias para ejercer lo que llamó “juegos de violencia simbólica”, en donde resulta socialmente aceptado este tipo de dominación de género. El asunto toma diferentes direcciones si pensamos en todas las mujeres que han contribuido –de manera positiva- al desarrollo de México y sus regiones; mujeres que se atrevieron a la desobediencia social para alcanzar estadios de crecimiento de mutuo respeto, y así lograron la inmortalidad de sus méritos.
Más de 50 años antes, en la última década del siglo XIX, el zacatecano Nicolás Zúñiga y Miranda se convertía en el primer candidato independiente del país. Tras su derrota en los comicios (hay que recordar que eran tiempos en donde la democracia mexicana palidecía ante el poderoso aparato político militarizado, heredero de la época de los caudillos que para hacerse del poder, debían invertir en hacerse de las armas y el favor de los militares, así como del dinero de la clase burguesa mexicana), Zúñiga y Miranda denunció fraude y se declaró a sí mismo “presidente legítimo de México”. El hecho trasciende debido a su importancia histórica: era la primera ocasión que un político abanderaba una candidatura sin el cobijo de un partido político.
Con la creación del sistema de la política partidista, lejos de significar un equilibrio en el ejercicio de la democracia, se oficializó la corrupción y el engaño al pueblo, pues partiendo de la idea de que “más partidos significan mayores opciones políticas”, los partidos políticos empezaron a brotar en cualquier lugar bajo solamente dos condiciones: el dinero para fundar el dicho partido político, y la obtención del 3% de la votación, para perpetuar su registro y asegurar así, el ingreso de millones de pesos provenientes del INE (antes de Peña, IFE), o sea, de los bolsillos ciudadanos.
Aquellos dos logros de la democracia se vieron atrapados en esta encrucijada: la afiliación a un partido político no se deriva únicamente al hecho de ser militante activo de dicho partido: basta con ganar una elección para puesto popular, para inmediatamente ser “arropado” por las mafias políticas. Una vez entrando al juego, lamentablemente, ya no hay vuelta atrás. Son dos logros que pierden su significación positiva al convertirse en bastiones del discurso político del poder en turno.
Son dos logros que la sociedad civil ya ha perdido, manteniendo la siempre presente contienda de intereses entre partidos políticos; en estas recientes elecciones el aparato político mexicano nos ha demostrado, una vez más, la ley del más fuerte, legitimado por un discurso que supuestamente abandera los principios de democracia, igualdad de oportunidades y expresión honesta de la ciudadanía, porque ¿de qué nos sirve poder votar por una mujer, cuando esta representa la “nueva cara” de un PRI que quiere recuperar el territorio perdido en elecciones pasadas, como es el caso de la candidata priísta Ivonne Álvarez en Nuevo León?, y de manera similar ¿de qué nos sirve poder votar por un candidato ciudadano, si este ciudadano es el ex futbolista Cuauhtémoc Blanco, para la alcaldía de Cuernavaca, Morelos?
Sus candidaturas se vendieron, en cada uno de estos lugares, como la propuesta “real y democrática” de una sociedad que se dice “harta de los políticos”, pero ambas representan el mismo juego de violencia simbólica que anunciaba Bordieu; la sociedad dejará que los partidos políticos la sigan lastimando, mientras se continúe perpetuando la práctica de estas dinámicas de corrupción y engaño, generación tras generación.
por Carlos Freeman: @caufree
(Un Hombre Libre)