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#AhoraSuena:

Y los muertos aquí lo pasamos muy bien
Entre flores de colores…
– Mecano

No sé cómo pasó, ni cuándo. Había escuchado muchas historias siendo rapaz joven, acerca del llamado “túnel de luz” que indicaba que pasabas de un plano existencial a uno espiritual. También había visto las películas que hablaban sobre la muerte, entre ellas la que más recuerdo es Línea mortal, con Julia Roberts y el eterno Kevin Bacon. Recuerdo que me sacaba de onda imaginar que al morir tendría que rendir cuentas de todas mis burlas en la niñez. Fueron algunas. Y algunas incluso, fueron crueles. Sin embargo, esta nueva estrategia anti-bullyng no me tocó, o al menos no la recuerdo. La transición, en cambio, fue sencilla y austera. Podría hasta decir que fue placentera: de repente me vi rodeado de ánimas que flotan en el vacío, todas ellas despedían una luz cálida que calmaba mi corazón espantado. Todas ellas también me dirigían sentimientos de bienvenida, de agradable camaradería. Parecían estarse preparando para algo, un evento, un viaje. ¿Un viaje?, ¿los muertos viajan?, pregunté. Sí, fue la respuesta que se plantó en mi conciencia. Viajamos a ver a nuestras familias terrenales, sin demora, sin reparo, viajamos con hambre y sed para que sean ellos, los vivos, quienes nos satisfagan con la idea de las cosas que nos gustaban. Bien, pensé; pues ojalá lleven cerveza.

Mientras “viajaba”, los recuerdos de mi vida se agolpaban en una película de millones de cuadros, todos ellos borrosos, encimados, sin mucho sentido. Descubrí que era mi memoria la que me ataba a una vida que ya había terminado, y que al dejar de evocar esos cuadros, la luz me invadía plena y volvía a sentir un calor en mi pecho. ¿Aún tengo pecho? Sí, si así lo quieres, fue la respuesta. Así fue.

Entonces la escuché, salía de una casa que mostraba una bella ofrenda para aquel que ya había partido. Eran las canciones de Caifanes. Sonreí un poco al recordar que alguna vez leí la noticia de que un encumbrado ejecutivo de la industria de la música había calificado sus primeros discos como “ataúdes”. Pues claro, pensé, es música propia para ataúdes, pues enlazan lo que fue mi vida con mi nueva condición de alma pensante y viajera. Una maravilla, estar ahora muerto y seguir viajando, pero sobre todo, comprender ahora mejor las canciones que formaron parte de mi juventud. La voz doliente de Saúl Hernández cantando La llorona, representaba para mí un nuevo estadio de conciencia posterior a una muerte que quiero imaginar tranquila, aunque con los tiempos que corren en nuestro México, también puedo pensar que mi muerte se debió al despiadado asesinato que ya es firma de la forma como se arreglan las cosas en nuestras dinámicas políticas. Sólo espero haber dejado atrás un cuerpo bello y completo para la salud mental de mis familiares.

Sin mayores sobresaltos, procedo pues, a hacer honor a las ofrendas que tienden brazos calurosos a los que viajamos, buscando siempre la caguama y los cigarros que también contribuyeron a mi muerte. Me desplazo sin ser visto, agazapado, como si de alguna manera mi nueva situación me inspirara a moverme despacio, sin ruido, sin huella. Creí sentir la mirada de una anciana que me indicaba que estaba contenta de recibirme; volteé a verla bien mientras empinaba mi cerveza. Era la señora de la tienda, quien muchas veces me negó fiarme aunque sea unos cigarros. Sin mayor preámbulo, terminé con el líquido amargo y las pequeñas fumadas de humo de tabaco. Al fin y al cabo, aquí los muertos lo pasamos muy bien, entre flores de colores…

 

 

 

por Carlos Freeman: @caufree

(Un Hombre Libre)

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